Hace tiempo me contaron que a un sacerdote con fama de tener discernimiento le preguntaron que qué pensaba sobre la situación de la sociedad de hoy y la deriva que llevaba. Él contestó que estábamos volviendo a la normalidad.
La época de la llamada Cristiandad ha sido muy buena. Ha servido para que el Evangelio haya llegado a sitios remotos, se asentara donde ya estaba, se pusieran las bases para la educación de hoy, la ciencia, el Derecho y los derechos, la economía y tantas otras cosas. Sin los siglos de Cristiandad nada de esto sería concebible, la sociedad occidental no sería lo que es. Eso es así, por mucho que le escueza a algunos. Pero esa época ha sido un paréntesis, el tiempo del que el Señor se ha valido para preparar el terreno de la viña y el trigo, roturarlo, abonarlo, sembrarlo. Pero hay viñas que no dan fruto y con el trigo ha crecido la cizaña. ¿Dónde hablan los Evangelios de que se fuese a instaurar el Reino en este mundo? ¿De que la sociedad se regiría por el Evangelio? ¿No hablan más bien del "Príncipe de este mundo"? ¿De que en el mundo tendremos persecución? ¿De que si a Él le han perseguido lo mismo harán con nosotros? ¿No hablan Jesús y san Pablo de una gran apostasía? ¿No dice Cristo que el que persevere hasta el final se salvará? ¿Porqué iba a decir eso si estuviese pensando en un mundo guiado por la luz del Evangelio? Como bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes. Y si somos profetas tenemos que saber leer los signos de los tiempos, y estos dicen que la Cristiandad hace años que acabó, que los cristianos empezamos a ser incómodos cuando no molestos, que la Palabra de Dios se está cumpliendo.
¿Significa todo esto que debemos resignarnos y no hacer nada porque es algo que sucederá sí o sí, tratando de pasar desapercibidos y limitarnos a ir a nuestra Misa sin molestar? Para nada. Estamos llamados a ser la luz del mundo, porque el mundo está en tinieblas, como acaba de mostrar el Tribunal Constitucional. Tenemos que empezar a ser serios con lo que creemos. ¿Que un partido no defiende los principios básicos? Pues no se le vota. ¿Que no hay ninguno que lo haga? Pues votamos en blanco. Hay que acabar con el principio del mal menor, porque ese principio nos ha llevado a donde estamos. Un mal siempre será un mal, aunque en casos extremos pueda optarse por ese mal menor siempre que esto suponga un bien. Pero ahora mismo, políticamente hablando, ¿cumple el PP ese requisito? Hablo del PP porque es quien gobierna y quien ha aglutinado (espero que eso haya acabado) tradicionalmente el voto católico. Pero, ¿qué ha hecho el PP con el aborto, el matrimonio homosexual, EpC, el divorcio exprés, etc.? Sinceramente, si un católico vuelve a votar a este PP estará traicionando su fe.
Esta sentencia del TC, la victoria de Obama (profundamente pro-abortista), y lo que está por venir no tiene que ser para nosotros motivo de meter la cabeza en el suelo cual avestruz. Todo esto tiene que servir como acicate para encender nuestra fe, tantas veces tibia. Somos tan tontos que la mayoría necesitamos acontecimientos desagradables para volvernos al Señor, igual que le sucedía al pueblo de Israel. Y al igual que Israel, tenemos que rezar mucho para que el Señor nos ayude a volvernos a Él y a vivir como lo que somos, sus hijos.
Para terminar y para reflexionar, os dejo un fragmento de la magnífica
Carta a Diogneto, que es absolutamente actual y puede ayudarnos a entender lo que son los cristianos en el mundo:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen». Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.
Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en un prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería licito para ellos desertar.