Porque, para entrar en estas riquezas de su sabiduría, la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos.
Este es el final de la segunda lectura del oficio de hoy, día
en que se celebra la memoria de san Juan de la Cruz, y pertenece a su Cántico
Espiritual. La traigo aquí porque me ha parecido espectacular. Os recomiendo
leer toda la lectura para entender mejor la frase.
Meditándola después de escucharla, he llegado a dos conclusiones: la primera es
que la cruz, no sólo es imprescindible para encontrase con Cristo, sino que además
Dios nos la pone a diario en multitud de ocasiones. Y la segunda es que María
es esencial para que entremos en la cruz con humildad.
Jesús ya dijo que "el que quiera se discípulo mío, tome su cruz ...".
Pero, por si eso no es suficientemente claro, san Juan de la Cruz nos lo dice
de otra forma: si queremos las riquezas de Dios, si queremos a Dios, la puerta
es la cruz. No dice que la cruz sea una posibilidad más, un camino tan válido
como otro, que sea opcional. No. Dice que es "la" puerta. Pero no hay
que buscar grandes sufrimientos. La cruz no tiene porqué ser una enfermedad, el
paro, un hijo conflictivo, un jefe insoportable, etc. Cada día tenemos la
posibilidad de cargar con la cruz: cuando un hijo nos despierta a media noche,
cuando en la oficina tenemos que tratar con el pesado de turno, cuando hay que
fregar los cacharros y nosotros queremos descansar, cuando sucede algo, no
necesariamente grave, que nos contraría, etc. Poned lo que queráis. En
definitiva, cuando tenemos que morir a nosotros mismos, a nuestro "me
apetece, no me apetece", cuando hemos de renunciar a nuestro
"yo" para que el "tú" prevalezca. Por eso dice el santo que
desear entrar por ella es de pocos. Porque a ninguno nos gustan estas cosas. A
nosotros nos toca pedir la gracia al Señor cada día para entrar en su voluntad,
siempre con su ayuda, porque como lo intentemos en nuestras fuerzas, vamos
listos.
Y, ciertamente, el Señor nos ha dado una ayuda
enorme: su madre. Ella empezó a vivir su propia cruz cuando empezó a llevarle
en su seno. Le dio a luz en un establo. Tuvo que huir a Egipto. Quedó viuda,
con lo que significaba en aquel tiempo. Y nunca renegó. "Guardaba todo en
su corazón". Y, por supuesto, estuvo al pie de la cruz. Aunque no
pertenece al Evangelio, siempre me ha impresionado la escena de La Pasión en la
que María hace lo imposible para acercarse a su hijo en el Vía Crucis, y cuando
lo hace, tras una caída del Señor, éste, al verla, parece recuperar las fuerzas
y fijar de nuevo la vista en el objetivo de la voluntad del Padre, morir por
nosotros.
La cruz es necesaria para encontrarnos con el
Señor, y como él sabe de nuestra debilidad, nos ha entregado a su madre, para
que la acojamos en nuestro corazón y nos consuele en las dificultades.
Pidamos a nuestro Padre que nos ayude a entrar
cada día en nuestras cruces, y que lo hagamos con y por amor. Pidamos a nuestra
Madre que nos ayude a "hacer lo que él nos diga". Gracias a que ella
entró en la voluntad de Dios y aceptó el sufrimiento que conllevaría, hoy, nosotros,
vamos a celebrar la Navidad y hemos sido salvados por la muerte y resurrección
de Cristo. Por la aceptación amorosa de la cruz de una, millones y millones nos
hemos encontrado con Dios. No menos importante es nuestra aceptación diaria de
lo que nos hace sufrir, porque ese y no otro es el camino de la santidad, que
es a lo que nos ha llamado el Señor: a ser santos.
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